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¿Soli Deo Gloria?
12-10-2017

Este pásado sábado 7 de octubre hemos inaugurado nuestro nuevo ciclo de Talleres Breves del curso 2017-2018, pero todavía con la celebración del quinto cenenario de la Reforma en mente. Este Taller Breve, ofrecido con por el psicólogo y pastor Víctor Hernández, es el último que en el Taller Teológico hemos dedicado a repasar los grandes lemas de la Reforma, entre ellos los famosos solae. Y siendo el último mes de tal efeméride, hemos querido dedicar el Taller a la más "global" de las solae, el Soli Deo Gloria. Así pues, este Taller ha tenido el título de "¿Gloria a Dios en una csociedad que prescinde de Dios? Sobre la (ir)relevancia actual del Soli Deo de la Reforma".

 

Victor empezó señalando que a pesar de que la Reforma pasa por ser a veces el "inicio" de la modernidad, los reformadores no son modernos (por ejemplo, Lutero afirma la imposibilidad de libertad en el ser humano), pero tampoco son pre-modernos. Por ejemplo, la visión antropológica negativa de Lutero es fruto de su percepción del exceso de gracia. Pero esta es la visión bíblica, que el “pecado original”, el pecado de raíz, es constitutivo del ser humano. Y esta es una visión que al ser humano moderno (actual) le cuesta mucho asumir. Este punto de partida del exceso de la gracia, de nuestra condición de pecadores y la imposibilidad del ser humano delante de Dios, se reflejará también en el pietismo. Es por ello que el pietismo no se puede percibir a su vez como una mera ascesis o elevación espiritual. Los reformadores, por otro lado, también creen en el diablo y en su poder. Pero el ser humano moderno no cree en el diablo. No entendemos lo mismo por los mismos conceptos.


Ahora bien, el soli Deo gloria ha tenido ciertos efectos en la modernidad. Estos los apunta Charles Taylor, en su obra La era secular. Para él, la Reforma tuvo un papel primordial en la secularización: 1) Aboliendo el carácter “encantado” del mundo; 2) Creando las condiciones para la aparición de un humanismo que fuera alternativo a la vida de fe. A partir de la Reforma, el lugar de culto deja de ser el templo, y lo será toda la vida, todo lugar. El creyente es un sacerdote en todo lo que hace. Pero, y en especial en el calvinismo, esto supone ordenar la vida de forma distinta, en particular expulsar todo lo que parezca supersticioso o idolátrico. Calvino dice que el cristiano no está atado a las cosas indiferentes (adiafora), porque esas son el orden humano. Esto implica  a la práctica un orden distinto de la vida. Esto llevó a la disciplinización de la vida del individuo: uno es cristiano siempre, no sólo el domingo en el culto. Para hacer esto, se va a recurrir a la subjetividad, aunque ésta tiene que manifestarse exterior. Se desarrollan así "dispositivo de disciplina", por ejemplo, cómo saber que uno es un buen cristiano. El que no comete excesos, el que ahorra y en honrado, el que es moderado… etc es el buen cristiano. Este es el inicio de la ética calvinista del trabajo.


Todo esto se hace para la gloria de Dios: Dios es soberano, y su soberanía se despliega en toda la tierra. Pero en la medida que se centra en la auto-disciplinización, el acento, aunque de palabra sea para la gloria de Dios, está puesto sobre el ser humano. Soy yo, y mi mundo emotivo, el que demuestra el culto. El calvinista dirá que es un ser humano totalmente depravado, pero que el cristiano ha sido elegido por Dios. No conoce los designios de Dios, sino que los acepta y confía en su elección. Ello se traduce en una confianza en que los signos de la elección están en una vida ordenada, decente, pulcra, no disoluta… Es así como aparece la posibilidad de un humanismo, en el "prueba de la elección". Dios sigue estando presente, pero deja de ser aquello que está fuera del alcance del ser humano, y su nombre se convierte en algo hueco. Así, las declaraciones de que somos pecadores desvalidos se vuelven afirmaciones puramente verbales o formales.

 

Esto sin embargo no quiere decir que el dar gloria a Dios en el mundo moderno opere de otras formas. Por ejemplo, el “yo deificado”. Walter Benjamin habla del capitalismo como de un culto: el comprar es adorar, es hacer culto. El consumo es una fiesta religiosa, relacionada no con el adquirir, sino con el ser, con el auto-glorificarse, con el deificarse a uno mismo. Lo más importante es la constitución de mi yo, qué es lo que yo quiero, y ello es el principio y el fin. Curiosamente, en base a una enseñanza reformada - el soli Deo - se da la vuelta precisamente al "carácter reformado" de la Reforma del siglo XVI. Los reformadores habrían dicho que la identidad del creyente es la del Dios crucificado: Dios no sobreviene en la cruz, y su gloria no es "exaltación", sino abajamiento. La gloria de Dios se encuentra abajo, en Jesús, el desecho humano, el culpable.

Pero el “Yo” es una ilusión, nunca se construye “puramente”. El evangelio de la gracia siempre implica una interrupción de la vida, y vuelta hacia el otro: “yo soy responsable de mi hermano”. Y es en ello que se da la glorificación de Dios: si la gloria se revela en la cruz, se revela siempre en el desamparado, en la escoria del mundo, en el extranjero… Si Dios se revela en el crucificado, entonces el crucificado es mi Señor.

 

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