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La eutanasia o el arte del buen morir: así lo vivimos
26-11-2012

Este sábado pasado en Madrid pudimos disfrutar de una excelente Taller Breve, en el que nos adentramos en la delicada cuestión de la eutanasia. Lo hicimos de la mano de José Manuel Caamaño, doctor en Teología y profesor de la UPCO, en un taller titulado El arte del buen morir: la eutanasia y los límites de la voluntad humana, cuestión sobre la que las 40 personas que asistimos aprendimos durante cerca de cuatro ricas horas.


Una de las grandes virtudes de este Taller, más allá del debate y las opiniones personales, fue sin lugar a dudas la clarificación de conceptos y la identificación de lo que está en juego cuando hablamos de eutanasia. Aprendimos qué es la bioética («el uso razonable de los medios que tenemos a nuestra disposición») y cuáles son los criterios que se han usado en el pasado y en el presente para definir la muerte: desde la prueba del espejo (situar un espejo bajo la nariz de alguien para ver si empaña) al criterio de la muerte cerebral o encefálica. Y es que decir cuando alguien está efectivamente muerto no es tarea tan fácil: todos recordamos las famosas historias de ataúdes arañados por el interior, historias que han dominado durante siglos el imaginario popular (a nadie le apetece que le entierren vivo) o, ya en tiempos más recientes, las historias de los redivivos, aquellas personas que han sido dadas como clínicamente muertas pero que han vuelto a la vida.


Descubrimos también que la palabra eutanasia, de origen griego, significa «buena muerte» y que la apreciación de lo que es una buena muerte a lo largo de la historia ha ido cambiando. Lo que hoy en día se consideraría una buena muerte (morir mientras se está dormido) podía ser considerada la peor de las desgracias en el pasado, pues el fallecido no tenía tiempo de «ordenar sus asuntos», tanto materiales como espirituales. Fue a partir del siglo XVII cuando se distinguió entre la eutanasia activa y la eutanasia pasiva. La primera implica la muerte derivada de las acciones tomadas con la finalidad de paliar el dolor del enfermo. La segunda ocurre cuando se deja que el enfermo fallezca como consecuencia de su enfermedad. A su vez, se distinguen dos tipos de eutanasia activa: la directa (provocar directamente la muerte con una inyección letal, por ejemplo) y la indirecta (cuando la muerte se produce estrictamente como consecuencia de las prácticas paliativas). La cuestión moral se halla por supuesto en la línea que separa la eutanasia activa directa y la indirecta: ¿es lo mismo matar una persona que dejarla morir? ¿Existe diferencia entre la acción y la omisión? Aquí entra en juego la subjetividad de los valores, puesto que estos van más allá de la percepción objetiva para caer en el campo de la estimación que suscitan en nosotros, lo cual nos advierte de la importancia de considerar seriamente el fin con el que actuamos, el contexto en el que se produce nuestra actuación y los medios que usamos en ella. En cuanto a la eutanasia, la medicina moderna (la prolongación de la vida), la introducción de la autonomía del enfermo en la toma de decisiones (el consentimiento informado), el cambio de la concepción de la salud y la enfermedad (la «calidad de vida») y la actual “tabuización” y ocultamiento de la muerte, han tenido gran impacto.

 


Después de nuestro café, emprendimos la segunda parte del Taller, que dio para un poco más de diálogo e intercambios, con la reproducción de un documental sobre el quehacer de una unidad de cuidados paliativos en un conocido hospital español. Distinguimos también los cuatro casos jurídico-legales que hoy en día las legislaciones de varios países contemplan, ilustrándolos con varios casos conocidos, entre ellos el de Ramón Sampedro. Reconocimos así cuatro casos: a) La eutanasia: la acción directa sobre la vida de una persona para terminarla por petición del enfermo; b) el suicidio asistido: alguien provee los medios para que el enfermo termine él mismo con su vida (el caso de Sampedro); c) la limitación del esfuerzo terapéutico: cuando se toma la decisión de retirar los medios que prolongan la vida de una persona cuando no existe posibilidad de recuperación; y d) la sedación: el último recurso destinado a controlar los síntomas refractarios a cualquier otro tratamiento, especialmente el dolor, y que puede llevar la suspensión de la conciencia y el fallecimiento.


El Taller terminó con una breve reflexión sobre la actitud con la que los cristianos nos enfrentamos al último trance de la vida y cómo ello impacta en la cuestión de la eutanasia. Sin embargo, el Taller, con muy buen criterio, no se presentó como un debate a favor o en contra de la eutanasia (cuestión sobre la que las diferentes sensibilidades, aun cristianas, puede variar mucho), sino en la clarificación de lo que implica hablar de eutanasia y cuáles son los elementos que se articulan a su alrededor: contextos de dolor y vulnerabilidad, dignidad y ejercicio de la libertad.


Si quieres saber sobre la eutanasia, descárgate dos artículos que ahondan en la cuestión, uno de ellos de nuestro ponente, José Manuel Caamaño. Pincha aquí para redirigirte a la página de descargas. También podrás descargarte el esquema y textos que usamos en el Taller.