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Hablando de ecumenismo
06-03-2013

Cuando todavía resuenan los ecos de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, Andrés Valencia, profesor de Ecumenismo y ecumenista práctico, nos ha ayudado a los 16 participantes en este Taller Breve a profundizar en los entresijos de los documentos oficiales que han jalonado la postura de la Iglesia Católica Romana ante el movimiento por la unidad de los cristianos, cuya fecha de nacimiento, después de una gestación de casi un siglo, se sitúa casi unánimemente en la Conferencia Misionera de Edimburgo (1910), en un marco exclusivamente protestante y anglicano.


Frente al avance del movimiento, que en el segundo tercio del siglo XX había ido incorporando a las iglesias de tradición ortodoxa, hasta cristalizar en las primeras asambleas del Consejo Mundial de las Iglesias, la postura oficial vaticana fue de rechazo total. El punto de mayor alejamiento entre Roma y las iglesias procedentes de la Reforma del siglo XVI había sido el Concilio Vaticano I, que en la Constitución dogmática Pastor aeternus había proclamado en 1870 el dogma de la infalibilidad papal. Desde ese momento, hasta el uso de esa prerrogativa papal en 1950 por parte del papa Pío XII para decretar el dogma de la Asunción de María, la postura oficial de la Iglesia Romana había sido de rechazo del movimiento ecuménico y de pretender el regreso sin condiciones de todos los demás cristianos a la obediencia del obispo de Roma. Éste era el tono de todos los documentos oficiales que trabajamos en la primera parte del Taller.


Sin embargo, casi desde los inicios del movimiento, hubo personas dentro de la Iglesia Católica Romana que se acercaron, sin condiciones ni prejuicios de ningún tipo, al diálogo y a la oración con los otros cristianos, tanto hacia el protestantismo como a la ortodoxia. A este fenómeno hay que añadir, en el interior de la propia ICR, el surgimiento y el fuerte desarrollo de dos movimientos que desembocarían en el trabajo conjunto con los cristianos de las otras iglesias: el movimiento de los estudios bíblicos había acercado a los exegetas protestantes, y el movimiento de renovación litúrgica había aproximado a la rica tradición oriental. Las dos guerras europeas habían sido ocasión propicia para la colaboración en la acción humanitaria y en el compromiso en las realidades sociales. Toda esta efervescencia interna dará sus frutos en los resultados, inesperados para casi todos, del Concilio Vaticano II, por lo que toca al tema que nos ocupa, en el Decreto sobre el ecumenismo, Unitatis redintegratio, del 21 de noviembre de 1964, cuyas principales afirmaciones estudiamos en el Taller.


Según el profesor Valencia, la postura vaticana se ha caracterizado siempre por una política de “tres pasos adelante y dos hacia atrás”, también por lo que respecta al ecumenismo posterior al Concilio, que estudiamos a continuación. Sin embargo, el balance es netamente positivo, sobre todo por lo que se refiere al acercamiento de las bases que forman las iglesias, tanto en la oración conjunta (ecumenismo espiritual) como en el trabajo en común (ecumenismo práctico). En la última parte del Taller estudiamos la Carta Ecuménica que hace más de 10 años elaboraron conjuntamente la Conferencia de Iglesias Europeas y las Conferencias Episcopales de Europa, y que invitan a hacer juntos todo aquello que no deba hacerse por separado. Las dificultades específicas de la realidad española son un mayor acicate en el desafío de la unidad de los cristianos, “para que el mundo crea”.