El sábado 18 de marzo, en los locales de la IEE en Alicante, se impartió el Taller Breve con el tema “Sacerdocio de todos los creyentes y salud mental. Las iglesias como comunidades terapéuticas” a cargo del pastor en Barcelona Víctor Hernández, Doctor en Psicología y psicoanalista y enmarcando el desarrollo del tema en el 500º Aniversario de la Reforma Protestante.
La Reforma protestante del siglo XVI recuperó una concepción horizontal de la iglesia con el sacerdocio de todos los creyentes. A partir de allí se recupera la una concepción de la iglesia como cuerpo, colectividad, pueblo, y se re-descubre el sentido de lo colectivo, de lo comunitario. A partir de aquí, la pregunta pertinente para nuestro Taller será: “¿cómo responde ésta comunidad llamada iglesia a las diversas formas de sufrimiento psíquico de hoy?”
Para responder a esta pregunta, el ponente hizo un recorrido explicativo de los conceptos de “sacerdocio Universal de los creyentes” y de la iglesia como “comunión de los santos”, partiendo de textos y afirmaciones de M. Lutero, para llegar a la conclusión de que, según el pensamiento reformado, es en la iglesia, como comunidad del Espíritu, donde ocurre lo que Pablo ha expresado en las imágenes del Cuerpo de Cristo, una unidad diversificada en la que se han roto las barreras y superado las divisiones comunitarias, gracias a la reconciliación por medio de la cruz; es en esa comunidad renovada donde los unos “soportan” a los otros, es decir, donde “tú soportas a todos y ellos a su vez te soportan a ti, y todas las cosas son comunes, las buenas y las malas // Andamos el camino de nuestro sufrimiento y nuestra muerte en compañía de toda la iglesia.” (palabras de un sermón de Lutero citado por D. Bonhoeffer).
Una vez planteada, de modo sucinto, la concepción protestante sobre el sacerdocio de todos los creyentes y cómo se expresa también en la vida de la comunidad, entendida como la sanctorum communio, podemos ahora mirar la cuestión comunitaria desde otra perspectiva, desde la dimensión de lo psíquico en su constitución y dinámica, para así poder entender la problemática del dolor psíquico y los desórdenes o trastornos, así como la cuestión de la terapéutica en lo espiritual y lo psíquico.
El ser humano nace inacabado, y a lo largo de su desarrollo en los primeros años, irá constituyéndose, dentro de un ámbito de vínculos en la que confluyen el cuerpo, el alimento, el lenguaje y las miradas, una subjetividad, con un psiquismo. El yo humano existe gracias a esos vínculos, a ese útero social de una familia, una tribu, una comunidad. Sin comunidad no habría psiquismo, sin comunidad no hay ni habrá sujeto humano. Esa comunidad, este útero social que “gesta” al psiquismo, es una fratría, una especie de hermandad mítica.
A partir de aquí, el ponente, siguiendo los pasos de S. Freud y del psicoanalista francés Jacques Lacan, nos mostró las implicaciones que esa fratria tiene para el desarrollo del psiquismo humano, y como el sujeto humano, con su psiquismo constituido gracias a los demás, vive padeciendo los equívocos de sus ilusiones en la relación con los otros, experimentando el dolor de la soledad, el abandono y las contradicciones. En suma, que la misma colectividad (la fratría) que hace posible la aparición y el funcionamiento del aparato psíquico es también el ámbito del sufrimiento, del dolor y de la desdicha, simplemente porque la experiencia nos muestra que jamás se da la armonía entre las necesidades y los deseos con respecto a la realidad y a las condiciones de la vida cultural, donde los límites y las normas imponen una “castración necesaria”.
Seguidamente hizo, de manera breve y sucinta, una descripción de las diversas formas en que se expresan las psicopatologías: Trastornos esquizoides, trastornos paranoides, defensas maniacas, psicopatología depresiva, psicopatologías de estado límite o border–line, trastornos obsesivos, trastornos fóbicos, trastornos histéricos y narcisistas, trastornos de las adicciones y perversiones…, no sin antes hacer tres advertencias: a) lo psicopatológico no está desvinculado de los procesos histórico–sociales, esto supone reconocer que son la expresión de dinámicas sociales que van mutando en la historia; b) lo psicopatológico no ha de “naturalizarse” como una identidad per se, y por lo tanto se deben evitar las “etiquetas” como expresión de un “carácter” o la definición de la persona; y c) lo psicopatológico también está sujeto a la crítica, y por ello se deben hacer críticas que permitan evidenciar los usos y abusos de la psicopatología.
Es hora de volverse a plantear la pregunta: ¿Cómo se responde al dolor, al sufrimiento psíquico, desde las comunidades de fe, en la perspectiva de la doctrina protestante del “sacerdocio de todos los creyentes”?
En la tradición del A. Testamento, la experiencia del pueblo de Israel es habitualmente la de una comunidad que conoce el dolor del exilio. Israel conoce el dolor en su peregrinaje histórico y con frecuencia se halla ante los otros pueblos (y los imperios de su tiempo) como el pueblo que es interpelado con la pregunta “¿dónde está tu Dios?” (Sal 42). Precisamente la ley (la Torah) se comprende como el mandato de Dios para que Israel no se olvide del pobre, de la viuda, del extranjero, porque Israel también fue esclavo y extranjero y debe de responder con una ética al dolor del otro, al sufrimiento ajeno. Y dado que una manera de explicarse el sufrimiento, sobre todo cuando alguien aparece como un “excluído” o como un “maldito”, es por medio de la teología de la retribución (el sufrimiento es un castigo por el pecado), el libro de Job nos impide dar explicaciones al sufrimiento. El dolor no se debe explicar, ni justificar, sino que exige responder al mismo, sin “pasar de largo”.
En el Nuevo Testamento, el pueblo de Dios se configura por la reconciliación en la cruz entre judíos y gentiles, y lleva ésta ética del dolor a una nueva dimensión de la pertenencia a la comunidad: bajo la condición de la justificación que Dios hace del impío se abre el camino de la libertad para el servicio, es decir para la vida comunitaria en la que unos sostienen los otros: los fuertes y los débiles, todos quedan igualados en una dinámica de “abajamiento” o de humillación libremente asumida con respecto a los demás (Fil. 4:1–18). No se parte, pues, desde el lugar de la felicidad o de un estado ideal, sino desde una condición de precariedad, de fragilidad, de falibilidad, del simul iustus et peccator de Lutero y concepción de la iglesia como la peccatorum communio definida por Bonhoeffer. La comunidad cristiana no responde desde el lugar privilegiado del sano, del fuerte, sino desde el lugar de Cristo, desde la cruz como única fuente de salud.
De nuevo dos advertencias o premisas importantes: 1) Así como, en nuestras sociedades occidentales, ponemos en manos de la medicina la prevención y la curación de nuestro cuerpo, hemos de recurrir a profesionales tanto para el diagnóstico, como para el tratamiento de psicopatologías, del mismo modo que hemos de recurrir a la ayuda profesional para situaciones específicas que se derivan de las mismas dificultades de la vida (situaciones de duelo, una depresión o un problema de ansiedad, una problemática seria en la pareja o en la familia…) 2) Las comunidades de fe pueden desarrollar modelos de desarrollo, intervención y resolución de conflictos, integrando en las funciones pastorales las de consejería y acompañamiento en sus diversas modalidades (individual, grupal, sistémica o familiar…) teniendo claro que no sustituyen la esfera profesional de la salud mental, sino que suponen formas de orientación y ayuda dentro de la misma comunidad. En el momento en que detecten una problemática que desborde su área de intervención se tiene que hacer la derivación al profesional correspondiente.
Pero una iglesia o comunidad de fe, en su hacer y su vocación cristiana, ya es, en sí misma, una comunidad terapéutica porque es una comunidad de redimidos, de pecadores redimidos. Es allí donde toda la acción y el cuidado mutuo ya supone una práctica de la cura de almas, que comprende: 1) la confesión de pecados (no como sacramento), voluntaria y no obligatoria; 2) el extra nos, puesto que el consuelo viene siempre del perdón y éste viene de Dios, no de nosotros mismos; y 3) una lucha contra el poder del diablo, que hemos de entender no tanto como un antiguo miedo medieval (aunque también) sino como el reconocimiento del poder del mal en la debilidad humana; pero al diablo, al mal, se le antepone la confianza en Cristo. En palabras de Gerhard Ebeling: “La cura de alma de Lutero se remite a la existencia de Dios, la unión con Cristo y el morar en la palabra de Dios.”
Finalizó el Taller con una llamada a no olvidar que en la tradición evangélica hallamos ya una forma definida de curación o de terapéutica por medio de la misma vida en comunidad. Y para ello, recomendó la lectura y estudio del libro de D. Bonhoeffer “Vida en Comunidad”, en el que se señala que el servicio que el creyente presta, consiste: 1) en primer lugar en escuchar a su prójimo, pero escucharlo de verdad; 2) en ayudarse mutuamente, en las tareas cotidianas, en lo concreto, ayudando a quien lo necesite; y 3) en aceptar al prójimo, que quiere decir soportarle, llevar al hermano como una carga, puesto que Dios mismo ha cargado con los hombres llevando su peso hasta la cruz. Todo esto se tiene que expresar también en dar y recibir palabras que sean de exhortación, a veces de interpelación o de reproche o de amonestación, porque la comunidad cristiana es la comunidad de los pecadores perdonados que pueden mirarse como hermanos en Cristo. Este pequeño libro de Bonhoeffer es posiblemente la mejor guía sobre cómo trabajar la vida comunitaria de una manera que pueda realizarse como el lugar donde Cristo se hace presente y, por tanto, donde tiene lugar la curación, es decir, tiene lugar la salvación de Dios.
Podéis descargaros los materiales de este Taller pinchando aquí.