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Aprender a desaprender
21-04-2016

El ‘tallerista’ del Taller Breve del 14-4-2016 fue el prof. Daniel Muñoz, que es director de la Casa de Espiritualidad “La hacienda de los Olivos” (Granada) e imparte Historia de la Iglesia II en la Facultad de Teología SEUT.



La propuesta del prof. Muñoz tuvo tres partes diferenciadas:

  • Introducción
  • Una primera parte dedicada a una introducción de la tradición espiritual cristiana
  • Una segunda parte dedicada a “aprender a desaprender”.

 


Introducción

 

“Aprender a desaprender” es más que un lema de tipo ‘auto-ayuda’ o de New Age: es una tradición ya presente en los orígenes del cristianismo: cuando Jesús habla con Nicodemo, le pide que ha de “nacer de nuevo” (Juan 3,7), esto es, que ha de nacer del Espíritu.


Además, Jesús es heredero de la gran tradición judía de la conversión, esto es, de una tradición de seguimiento de un maestro rabino, basada por tanto en una estrecha relación entre maestro y discípulo: para éste era más importante imitar al maestro (su estilo de vida) que aprender mentalmente sus enseñanzas. Dicho de otro modo, seguir a un maestro era cambiar el estilo de vida propio por el del maestro.

 


Primera parte: la espiritualidad cristiana

 

La espiritualidad cristiana, y concretamente española, recibe un gran impulso durante el siglo XVI, pero éste se nutre de tres corrientes antiguas:

  • Corriente catafática (“saber”): Se trata de la capacidad humana para conocer a Dios por la razón, las Escrituras, etc.
  • Corriente apofática (“no saber”): Pone el peso en que es más lo que no podemos saber de Dios que lo que podemos saber.
  • Corriente del amar (Bernardo de Claraval): Hace más hincapié en las relaciones de amor que en el conocimiento.

 

Por otro lado, la tradición espiritual siempre ha percibido tres etapas fundamentales en la vida espiritual:

  • La vía purgativa, por la que una crisis (“la noche”) espolea un proceso de transformación. Es pues una etapa necesaria para crecer.
  • La vía iluminativa, caracterizada más por el descubrimiento de lo que somos y de nuestro potencial creativo.
  • La vía unitiva, que culmina las etapas anteriores alcanzando una presencia permanente de Dios. Es tanto una etapa de plenitud como de madurez final.


Cabe aclarar que no se trata de un itinerario lineal y permanente, sino que puede haber retrocesos y distintos entrelazamientos de una etapa con otra. A este respecto se vieron algunos ejemplos de grandes figuras místicas que han dejado constancia de que en plena ‘vía unitiva’ volvieron a la ‘vía purgativa’ de crisis.

Esta parte se cerró con un ejercicio sobre “La noche oscura” de Juan de la Cruz.

 


Segunda parte: aprender a desaprender

 

Éste es el aprendizaje más importante que hay que hacer. De lo contrario, vivir es sobrevivir: pasar por la vida sin que la vida pase por uno. Es como vivir con sordera.

Es importante tomar conciencia de que la gran mayoría de nuestras verdades son provisionales (muy pocas permanecen siempre), como si estuvieran enlatadas con una fecha de caducidad. Es decir, se trata de verdades que tienen una utilidad en sí mismas pero que son limitadas, en la medida que no nos son útiles para todas las etapas de nuestra vida. De no asumir esto, un aprendizaje de fondo se hace imposible. Por esto, aprender a desaprender es una actitud esencial en nuestros itinerarios.
Por la misma razón, es importante reconocer cuándo vivimos un momento de transición, ya sea que los procesos de cambio nos elijan o los elijamos nosotros. Y es vital evaluar cuál ha salido de tales procesos. En esta línea, Juan de la Cruz veía un momento de transición importante en los siguientes signos (a modo de anuncio de crisis):

  • Incapacidad de orar (tanto en referencia a lo que los místicos llamaban la «oración mental», que consiste en imaginar a Dios a nuestro lado, como a la «oración desnuda», que es la oración sin palabras ni imágenes).
  • No hallar ni gusto ni consuelo en la oración
  • Búsqueda de atención amorosa


Richard Rohr (Falling Upward: a Spirituality for the Two Halves of Life) distingue entre dos espiritualidades distintas según las dos mitades de la vida. En la primera se requiere cierto imperativo, positivo o negativo. Es el ejemplo de Pablo en Gálatas 3-4: la Ley como guía, como tutor. Pero esta guía no tiene vida en sí misma, y el árbol no debe creer que su vida depende de ella. La guía tampoco es de ayuda si el árbol se desvía y hace de lo provisional algo permanente, por mucho que esa ayuda sea un regalo o donación (como fue la Ley o la guía que sirve al árbol para crecer y echar raíces). Esa atadura impide la libertad del Espíritu que debe caracterizar la segunda parte dela vida. En la primera se detecta cierto egocentrismo mientras que en la segunda debe centrarse «un alocentrismo» (centralidad del otro).


A fin de poder aprender a desaprender, es esencial contar con acompañamiento. El acompañamiento espiritual también sigue unas etapas:

  • Desbroce. Hay que soltar lastres: imágenes de Dios, de uno mismo, etc. Es determinante la labor del acompañante en esta primera etapa.
  • Colaboración. La relación entre acompañado y acompañante es más dialogal o de discernimiento. La tentación aquí es quedarse en el descubrimiento de un nuevo camino.
  • Confrontación. Hay que proceder a cierto distanciamiento del acompañante para encontrar el propio espacio. Es signo de madurez, aunque también podría indicar un exceso de confianza.
  • Confirmación. El acompañante sólo confirma la acción del Espíritu en el acompañado. Hay que descubrir una nueva forma de relación entre ambos.

Esta segunda parte se cerró con un ejercicio sobre la elaboración de una liturgia comunitaria que celebrara el proceso de transición personal de algún caso concreto que cada grupo propusiera.

 

 

 

Descárgate aquí los materiales, bibliografía y presentación, de este Taller.